Los Políticos y la Ética

Guayabera Política

Guillermo Hübner Díaz

Resulta poco discutible, desde el punto de vista filosófico, cuando menos, que la actividad política debe de estar regida por criterios morales si se pretende que sea, como se supone, una auténtica tarea dignificadora del hombre y de la colectividad y no una simple lucha por el poder.

Esto, amable lector, un asunto de lo más importante que tiene sin cuidado, por ejemplo, a los diputados locales tabasqueños que, si la suerte les favorece, pueden convertidos en candidatos a presidentes municipales y no tienen la obligación legal de separarse del cargo, de manera que pueden seguir gozando de cuanto gocen, sin que nadie les reclame algo, sin que nada les impida, siquiera su conciencia, seguir valiéndose de influencias y recursos oficiales para alcanzar sus objetivos.

Queda expuesto a la vista de toda la sociedad, que la moral, la ética y la dignidad misma de la persona, son artículos desconocidos, de consumo inusual, esporádico u ocasional, ¡vaya!, no son los valores ni los principios fundamentales del hombre los que los mueve y empuja a permanecer dentro del ejercicio político. Acreditar factores morales y éticos que inspiren la práctica política, no es ninguna tarea prioritaria para ellos.

El salamantino Enrique Bonete Perales, doctor en filosofía aplicado al campo de la ética, ofrece ilustración vasta sobre este interesante tema en uno de sus trabajos enfocados precisamente a la ética política.

Este filósofo español asienta que cualesquiera que fueran esos principios, “su validez teórica, su fuerza normativa y su fecundidad moralizadora, habrán de ser estudiadas con rigor filosófico y sensibilidad política al mismo tiempo…”.

“Una lectura de los clásicos (Platón, Aristóteles, Juan de Salisbury, Marsilo de Padua, Locke, Kant, Hegel, Weber…), centrada en buscar pautas morales de la acción política, nos aportaría interesantes referencias para calibrar cuándo estamos ante comportamientos políticos claramente inmorales, aunque puedan resultar eficaces para alcanzar o mantenerse en el poder”, dice el doctor hispano.

Bonete Perales, maestro de la Universidad de Salamanca y uno de los filósofos europeos de mayor reconocimiento en la actualidad, sienta cátedra al enumerar seis de esos principios que todo político debe de observar y tener como parte fundamental de su personalidad, ello para ganar confianza, respeto y seguidores dentro de la sociedad, aparte acreditar a la política como una disciplina superior del hombre inconcebible al margen de la inteligencia y de la honradez de quienes la practican.

Como número 1, el maestro coloca a la receptividad, explicando que todo político debe de ser receptivo a la crítica y quejas de la ciudadanía y que sus decisiones para que sean morales deben de considerar siempre a los más afectados.

En el número 2 aparece el principio de la transparencia, que obliga a todo político a actuar explicando sus intenciones para permanecer en el poder, puntualizando qué pretende conseguir con ellas, no se trata entonces, como ocurre aquí con muchos políticos tabasqueños, ir cargo tras cargo por el mero interés de tener poder. “No han de existir dobles intenciones en la vida política.

Constituye una obligación moral de todo político decir siempre la verdad a la ciudadanía, no ocultar, tras mensajes ambiguos, intenciones inconfesables públicamente”, dice Bonete Perales.

En tercer término, está el principio de la dignidad, por medio del cual se tiene que todo político habrá de actuar considerando a las personas implicadas en sus decisiones como fines en si (Kant) y nunca como meros medios. “La más grave inmoralidad en la que puede incurrir un político consiste en utilizar a las personas como instrumentos y objetos con los cuales conseguir otros fines, aunque sean fomentadores del bienestar social”. Bueno…

El principio de los fines universales, aparece colocado en el lugar número 4, el maestro salamantino explica que todo político debe de actuar distinguiendo con suma claridad lo que son intereses personales o partidistas, de lo que constituyen en verdad fines universales de una comunidad o de una nación, lo cual significa que aquellas argumentaciones, decisiones o acciones políticas con las que se procura beneficiar, por ejemplo electoralmente o económicamente, a un partido político, son inmorales, aunque no sean por supuesto ilegales; y no digamos si se presentan a la ciudadanía, como suele suceder, revestidas de un aparente interés general, las que se sabe claramente que son meras estratagemas para aumentar votos o beneficiar a personas particulares.

El quinto principio enlistado es el de la servicialidad, se cita que en todo sistema político hay quienes viven (Weber) de la política y quienes viven para la política, los primeros anhelan los cargos como medios para acrecentar sus arcas particulares; los últimos se entregan a la vida política como servidores de una causa, ven en el acceso al poder un medio para servir a la ciudadanía, no muestran apego sospechoso al cargo y expresan con hechos una concepción transitoria de la actividad política.

Por último, se habla de la responsabilidad, estableciéndose que cuando un político acusa a otro, lo hace “por falta de responsabilidad” y cuando se ensalza a sí mismo, es “por responsabilidad”.
De acuerdo con todo esto, vemos que les falta mucho a nuestros políticos que, validos de cierta importancia en un momento determinado, han buscado y buscan una nueva responsabilidad política, sólo para ser tenidos por la sociedad como agentes confiables de su bienestar, sólo para eso, pero nunca hacen nada por ella.
Ahí queda eso, diría don Trino.